A mediados del siglo
XIX, surgió en Francia la idea de ofrecer protección especial a los niños; esto
permitió el desarrollo progresivo de los derechos de los menores. A partir de
1841, las leyes comenzaron a proteger a los niños en su lugar de trabajo y, a
partir de 1881, las leyes francesas garantizaron el derecho de los niños a una educación.
A principios del siglo XX, comenzó a implementarse la protección de los
niños, incluso en el área social, jurídica y sanitaria. Este nuevo desarrollo,
que comenzó en Francia, se extendió más adelante por toda Europa.
El 16 de septiembre de
1924, la Liga de las Naciones aprobó la Declaración de los
Derechos del Niño (también llamada la Declaración de Ginebra),
el primer tratado internacional sobre los Derechos de los Niños. A lo largo de
cinco capítulos la Declaración otorga derechos específicos a los niños, así
como responsabilidades a los adultos.
Durante sus inicios, la
UNICEF se centró particularmente en ayudar a las jóvenes víctimas de la Segunda
Guerra Mundial, principalmente a los niños europeos. La Organización luego
estableció una serie de programas para que los niños tuvieran acceso a
una educación, buena salud, agua potable y alimentos.
Luego de aprobar
la Declaración de los
Derechos Humanos, la ONU deseaba presentar una Carta de Derechos
Fundamentales que exigiera a los gobiernos a respetarla. Como consecuencia, la
Comisión de los Derechos Humanos se dispuso a redactar este documento.
En medio de la Guerra Fría, y tras arduas negaciones, la Asamblea
General de las Naciones Unidas aprobó en Nueva York dos textos
complementarios a la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
La ONU proclamó al año 1979 como el Año Internacional del Niño. Durante
este año, tuvo lugar un verdadero cambio de espíritu, ya que Polonia propuso
crear un grupo de trabajo dentro de la Comisión de los Derechos Humanos que se
encargara de redactar una carta internacional. Así, el 20 de noviembre de 1989,
la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Convención sobre los Derechos del
Niño. A lo largo de 54 artículos el documento establece los derechos
económicos, sociales y culturales de los niños. Este es el tratado sobre
derechos humanos que se ha aprobado más rápidamente. Se convirtió en un tratado
internacional y el 2 de septiembre de 1990 entró en vigencia luego de ser
ratificado por 20 países. El 11 de julio de 1990 la Organización para la Unidad
Africana aprobó la Carta Africana sobre los Derechos y Bienestar del Niño.
Hasta ahora, la Convención sobre los Derechos del
Niño ha sido firmada por 190 de 192 Estados, aunque hay algunas
reservas sobre ciertos fragmentos del documento. Sólo Estados Unidos y Somalia
la han firmado pero no ratificado.
Actualmente, su ideal y carácter contundente son universalmente aceptados.
Sin embargo, su funcionamiento puede mejorar y aún es necesario transformar las
palabras en acciones. En un mundo en dónde la urgencia es lo esencial, en dónde
un niño muere de hambre cada 5 segundos, es hora de unificar la teoría con la
práctica. Tal vez es así como deberíamos de haber comenzado.
La primera declaración de derechos del niño, fue la Declaración de
Ginebra de 1924 pero fueron acogidos solo hasta 1989. Así, en 1989 se creó La
Convención sobre los Derechos del Niño, donde los dirigentes mundiales
decidieron que los niños y niñas debían de tener una Convención especial
destinada exclusivamente a ellos, ya que necesitan cuidados y protección
especiales, que los adultos no necesitan. Los dirigentes querían también
asegurar el cumplimiento de los derechos humanos.
En esta convención se establecieron diez derechos para los niños y
las niñas, pero además se estableció que los niños también tienen deberes para
cumplir, ya que no existe un derecho sin que otro cumpla un deber. Los deberes
son tareas que cada uno está comprometido a cumplir. Son obligaciones que
debemos desarrollar no sólo por nuestro bien sino por el bien de todos. Estas
tareas o compromisos hay que cumplirlos con gusto y con alegría.
La vida de todo
ser humano, sea cual sea su estrato social, se desarrolla en un ambiente
de normalidad y son esas normas, precisamente, las que
determinan los deberes que un niño tiene para consigo mismo, para con sus
padres y para con quienes integran su entorno familiar, para con sus maestros
y, finalmente, para con todas aquellas personas con quienes, permanente o
accidentalmente, comparte su diario vivir. Los primeros deberes que un niño
aprende a cumplir son inculcados por su padre, madre o por quienes hacen sus
veces, y en su mayor parte constituyen obligaciones que personalmente lo
benefician.
Entre otras muchas
obligaciones, se pueden citar las siguientes: cepillarse los dientes al
levantarse, al acostarse y después de cada comida; bañarse una vez cada día,
como mínimo, y conservarse en un estado de pulcritud que pueda traducirse como
una forma de consideración para sus allegados; respetar a todos; colaborar en
los quehaceres hogareños; hacer los trabajos y tareas escolares ordenadas por
sus maestros; tener prudencia para no correr riesgos innecesarios: no cruzar
torpemente las calles ni hacer un uso inadecuado de las bicicletas y,
finalmente, obedecer a todas aquellas personas que, por una u otra razón, están
investidas de autoridad. Es obligación de los adultos, enseñar a los niños, con
el ejemplo, la manera adecuada de cumplir estas normas. Es necesario darles a
conocer, además, cuáles son los derechos que los favorecen y que nadie está
autorizado para vulnerar; pero también, se les debe explicar que en cada
derecho se halla implícita una obligación y que “el derecho propio termina
donde empieza el derecho ajeno”. A propósito de lo anterior, la Constitución
Nacional, en su artículo 44 dice: “los derechos de los niños prevalecen sobre
los derechos de los demás”. Son indiscutibles, pues, los derechos del niño.
Pero la misma Carta, en su artículo 95, dispone que todas las personas, sin
excepción deben cumplir estos deberes de la persona y el ciudadano:
1. Respetar los derechos
ajenos y no abusar de los propios, por lo cual, es muy importante que el niño
y aprenda a no abusar de su salud física ni a ponerla en situación de riesgo.
2. Obrar conforme al principio
de solidaridad social, respondiendo con acciones humanitarias ante situaciones
que pongan en peligro la vida o la salud de las personas, por lo cual, es
importante la construcción de la solidaridad en la niñez.
3. Respetar y apoyar a las
autoridades democráticas legítimamente constituidas para mantener la
independencia y la integridad nacionales”. La posibilidad de construir la
adhesión a este deber se empieza a gestar con el respeto que los padres, como
modelos, inspiren en los niños.
4. Defender y difundir los
derechos humanos como fundamento de la convivencia pacífica, es decir,
trabajar incansablemente en la búsqueda de la paz, para lo cual es necesario
para los niños, aprender a convivir con quienes los rodean. Los adultos que
están alrededor de los niños, deben interesarse por conocer la filosofía básica
de los derechos humanos, ponerlos en práctica en cuanto les corresponda, y no abstenerse
de comentar, con quienes puedan enriquecer con su experiencia, todo lo
aprendido al respecto.
“5. Participar en la vida
política, cívica y comunitaria del país”. Los niños deben pues, tomar parte
activa en las elecciones que se realicen en la escuela; informarse
cuidadosamente acerca de los mandatarios que rigen el país y opinar
sensatamente —no de una manera meramente emocional— sobre sus planes o
ejecutorias de gobierno, como una manera de familiarizarse anticipadamente con
lo que será su vida política.
Mahatma Gandhi, el apóstol de la
no violencia, afirmaba: “Aprendí de mi madre que aun sin haber estudiado era
muy sabia, que todos los derechos dignos de merecerse son aquellos ganados por
el cumplimiento del deber”. Como síntesis, se podría afirmar que el niño como
ciudadano en potencia, cuyos conocimientos y facultades se encuentran en vía de
dinámico desarrollo, debe ser consciente, desde sus primeros años, de la
responsabilidad que deberán asumir en el futuro, si es que de verdad se aspira
a construir un país que resulte más equilibrado y amable para todos en el
presente y en el futuro.